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Alejandro, de 23 años, cuenta su experiencia como albañil en Galicia

Muchos universitarios darían cualquier cosa por las condiciones laborales de Alejandro Varela, y eso que todavía está formándose. Este lucense de 23 años estudia para ser albañil, y por primera vez en su vida está ilusionado ante la perspectiva de una carrera profesional con todas las opciones para promocionar.

Es uno de los alumnos del programa Constrúate, puesto en marcha por la Fundación Laboral de la Construcción en Galicia. Un plan para captar a personas de entre 18 y 24 años que quieran aprender el oficio y que ofrece un contrato de doce meses remunerado desde el primer día, con cotizaciones y la cobertura social, así como derecho a paro en el caso de que finalizado el período, la persona no continuara en la empresa. No son esos los planes que tiene Alejandro. Define a la que le ha tocado, Rehabitarte, como «la mejor empresas de todas las que había». Allí quiere continuar hasta finalizar el curso y, «si la empresa quiere, después también me gustaría seguir con ellos hasta completar los tres años de formación para ser oficial de primera», asegura.

A pesar de tener familiares que han trabajado en el sector, esta no era su primera opción. De hecho, Alejandro tampoco tenía ninguna. Era uno de tantos alumnos desmotivados en el sistema educativo. «Yo dejé de estudiar en 2.º de ESO; después hice una FP de Electricidad, y me faltaba solo un mes de aprendizaje. Pero me apareció un trabajo y lo dejé, tonterías que se hacen. Al menos esa FP también estaba ligada a la construcción, al fin y al cabo siempre haces rozas y cosas relacionadas», explica el joven, que hoy disfruta, y mucho, cuando se pone manos a la obra. «Levantamos tabiques, que es lo que más me gusta, echamos hormigón e incluso trabajamos pladur; pintamos, ponemos plaqueta y azulejo… En definitiva, levantamos la estructura para arriba».

Su trabajo tiene una evidente parte manual, pero también otra creativa. «Esto no es solo coger una pala y venga escombro y venga masa. También tiene su parte bonita, de plano, para levantar unos tabiques… Además, la gente te pide tu humilde opinión para hacer cosas. A mí me gusta mucho. Si lo supiese, hubiera empezado ya hace años», indica el joven, que además conoce muy bien lo precario de otros sectores: «Yo trabajé en la hostelería y me gusta, pero te acaba cansando. Tanto por el trato constante de cara al público como por las condiciones y los horarios, porque solía trabajar cuando los demás descansaban».

El lucense pertenece a una generación para la que el acceso al mercado laboral, y las posibilidades de prosperar en él son casi una quimera. Por eso no envidia en absoluto a muchos conocidos que han optado por estudiar un grado. «Es que yo ahora no llego a ser mileurista porque todavía estoy estudiando; si no, cobraría en la empresa, sin saber nada, unos 1.100 euros. Pero a mí ahora, además de los novecientos y pico del sueldo, me pagan transporte y comida cuando voy presencialmente al curso a Santiago. Eso es algo que me estoy ahorrando, por eso siempre digo que yo paso más de 1.100 euros al mes, como mis compañeros de la empresa. Me sale un sueldo casi como el de oficial de primera. Y que siendo principiante, estudiando el curso y todo, te paguen mil pico euros… no te los pagan en ningún lado», sostiene. El salario de cada estudiante, no obstante, depende de si la nómina en cuestión incluye pluses o no, y también del convenio provincial.

«GANAS, ILUSIÓN Y RESPETO»

Él está encantado, y motivos no le faltan. «Trabajo ocho horas, de 8 a 13 y de 15 a 18, que ya quisiera yo hace años tener ese horario y no estar hasta la madrugada sirviendo copas. Además, en mi empresa no se trabaja los fines de semana ni los festivos, y si algún día te toca por algo, te lo pagan aparte. Otra ventaja es que es obra privada, por lo que siempre estoy en interior, y en todo el invierno solo me puse una vez el traje de agua», señala mientras suena la música de fondo. El buen rollo entre los compañeros se palpa en el ambiente.

La promoción es otro de los puntos fuertes de un oficio que necesita empleados de su perfil. «Puedes mejorar mucho, pero eso ya depende de la capacidad que tengas tú para hacerlo, y de lo que quieras. Si sales de aquí como oficial de primera, después puedes decir: ‘Quiero sacarme un curso de palista —es su caso— o de gruista’, si acepta la empresa. Si te pones metas las vas cumplir, si no, la empresa no te lo va a facilitar. De hecho, si acabo a los tres años como oficial de primera, puede que me quede en la empresa como oficial de segunda y, según te vas desenvolviendo, te pueden poner de primera o incluso como encargado de obra. Si no tienes ganas es mejor que no entres, ni en esto ni en ningún lado», indica el estudiante, que añade que los años de experiencia pueden hacer mejorar el salario.

¿Hay que estar muy en forma para ser albañil? Es más cuestión de maña que de fuerza, responde. «Yo he visto a gente muy fuerte, en plan ‘levanto 120 kilos en el gimnasio’, pero después no saben coger un peso. Aun así, no es como antes. Ahora cuando un saco pesa más de 25 kilos, ya lo levantas con un carretillo. Ni esto es tan duro ni está mal pagado, para nada», mantiene.

Su consejo para las nuevas generaciones es claro: «Un curso de estos o una FP es lo mejor que se puede hacer hoy en día, porque las empresas lo único que hacen es pedir gente con experiencia. Que sepas leer un plano sí, pero si después a la hora de la verdad no sabes ni marcarlo en el suelo… Y quien dice eso, dice otra cosa». Pero, insiste, hacen falta tres cualidades clave: ganas, ilusión y respeto.

«Acusan a la gente joven de falta de ganas, pero depende. Hay muchos que no tienen ganas ni de coger una escoba para barrer en casa, pero también se padecen jornadas de 12 horas por 700 euros. Ahora que sí que es cierto que muchas veces falta voluntad de trabajar. Porque si hubiera, con la cantidad de personas que se necesitan para la construcción, la fontanería o la electricidad, no habría tanta oferta», zanja. Él no ha perdido la oportunidad de su vida.

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